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Rodolfo Herrera Bravo

¿Qué podemos aprender de un policía caníbal?

En el ciberespacio encontramos lo más noble y lo más pervertido del ser humano. No es más que una extensión de la vida física en un espacio virtual. Sin embargo, no por ser virtual, desaparece la responsabilidad por las acciones que allí se realicen. El que contrata por Internet, se obliga; y el que estafa, delinque.
Sin embargo, hay un espacio de libertad mayor para expresarse, aprovechando el supuesto anonimato de esconderse tras la sombra de un seudónimo, de un avatar, facilitado por las comunicaciones a distancia con desconocidos.
Por esa razón, es fácil construir una doble vida, experimentar fantasías que quizás nunca se concretarían en la vida real e incluso comportarse diametralmente diferente, como si fuera otra persona.
Bien lo supo Gilberto Valle, un ex policía de Nueva York, acusado de planear el secuestro, violación, homicidio e ingesta de mujeres, entre otras, de su esposa. Todo por su actividad oculta en el ciberespacio. Este policía, durante meses, mientras su mujer y su hija recién nacida dormían, pasaba horas navegando por sitios de fetichismo y sadismo, chateando con otros sobre la forma en que desearía secuestrar mujeres que conocía, torturarlas hasta su muerte y, finalmente, comerlas. Sí, tan cruel como aparece y tan enfermo, pero desapercibido para todo el resto que lo conocía.
Valle efectuó varias búsquedas por Google, por ejemplo, sobre “recetas con carne humana” o “la mejor cuerda para atar a alguien”. Conversó en esos chat detallando sus deseos y planes, consultando con otros sobre la mejor formar de realizar el secuestro de mujeres que él conocía. Ingresó a la base de datos de la policía para rastrearlas. De hecho, incluso visitó a una de ellas, a quien no veía desde hace tiempo, y de quien había conversado días antes sobre su fantasía de matarla y comerla.
Esto continuó durante meses, hasta que su mujer, sospechando por la rutina nocturna de su marido, descubrió en el computador imágenes de mujeres muertas, sitios web de sadismo, correos electrónicos explicando cómo se realizarían los crímenes y fotos de ella y de otras personas que conocían. Horrorizada, lo abandonó de inmediato e hizo la denuncia al FBI.
No obstante, nunca se concretaron los planes del policía, aunque la evidencia de sus comunicaciones era abundante. Por ello pasó varios meses en prisión preventiva, hasta que su apelación lo condenó únicamente por un delito menor de acceso no autorizado a la base de datos de la policía. Pese a ello, abrió un interesante debate que quise comentar.
Cruzando una línea muy delgada
¿Cuándo una fantasía deja de ser tal y pasa a ser un acto manifiesto de conspiración para delinquir? ¿En qué momento esa fantasía de Gilberto Valle, que no se materializó en ningún secuestro, tortura u homicidio, debe generar consecuencias para el que la piensa?

En el fondo la pregunta es si pensar puede llegar a ser un delito.

Sabemos que el Derecho no regula el fuero interno, sino las conductas. Por ello, solo hay delitos cometidos a través de actos u omisiones sancionados. Sin embargo, si únicamente se piensa en cometer un delito, sin iniciar su ejecución ni consumarlo, no es sancionable.

Si condenáramos los pensamientos deberíamos encerrar a los Poe, Hitchcock y King, que de escritores pasarían a delincuentes. Si pensar fuera un delito, la autoridad de un gobierno, de los jueces, de la ley o la policía, ahogarían la libertad, sembrando el terreno para los totalitarismos, el fundamentalismo religioso y el fanatismo nacionalista. Tal como lo describe Orwell en “1984”, cuando la policía del pensamiento persigue a quienes cometen “pensacrimen”, en contra de las consignas del Partido.

Pero más que dar una respuesta en este momento, me parece importante abrir interrogantes:

¿Hasta qué punto las búsquedas que hacemos en Google pueden ser consideradas como una extensión de nuestro pensamiento y demostrar un acto manifiesto?

¿Podemos cometer delitos en el ciberespacio, si necesidad de que existan víctimas o que se causen daños?

¿Realmente tenemos derecho a fantasear en Internet, a tener un alter ego virtual, incluso si quisiéramos ir más allá de los límites morales que nos conducen en la convivencia real?

Finalmente, y solo para adelantar una reflexión, creo que es peligroso ceder al temor de las ideas, dejando de defender nuestro derecho a pensar libremente, incluso a pensar en un delito.

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