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Rodolfo

"¿Quieres un globo...? Todos flotan"


¿Recuerdan a ese “tierno” payaso de hamburguesería que capturaba niños, ofreciéndoles globos en la película IT, de Stephen King? Yo sí y me pareció muy pertinente para unos comentarios. Ya verán.

Hoy ví las cámaras de seguridad que la Municipalidad de Las Condes instaló en globos, cerca de Avenida Colón. Desde su inicio generaron polémica, ya que revive el clásico debate entre dos valores: seguridad vs. privacidad y libertades.

Para esta tensión hay muchas perspectivas de análisis, como por ejemplo, lo relativo a la inconstitucionalidad de la medida del alcalde, ya que esas grabaciones restringen derechos fundamentales sin fuente legal clara que lo respalde, a través de un acto administrativo que no respeta los principios de necesidad y proporcionalidad, exigidos cada vez que se limitan derechos esenciales. Sin embargo, no me extenderé en eso ahora, aunque les recomiendo revisar ese debate.

En esta oportunidad solo quiero dejar unas ideas que me inquietan, cuando escucho a personas criticando a las organizaciones que presentaron un recurso de protección por la amenaza a la privacidad que conllevan esas cámaras aéreas. De hecho, hay quienes injustamente los tildan de defender a los delincuentes.

¿Usted qué haría?

Imaginen que una mañana, al salir a la calle se encuentran con una cámara que apunta a sus casas. Sin necesidad de ser paranoico se preguntarán qué es eso, quién lo puso ahí y para qué. Lo normal es que sigan pensando y surjan más inquietudes como qué imágenes graba y quién tiene acceso a ellas. Claro, parece que no es lo mismo que se grabe la calle frente a mi casa, el portón de entrada, el patio interior o, tal vez, alguna habitación que se vea desde una ventana.

Es un hecho que si nos damos cuenta que nos graban, reaccionamos. Algo debemos sentir porque nuestro comportamiento normalmente se ve condicionado y empezamos a actuar sin la misma naturalidad que nos dan los espacios de privacidad. Eso ocurre incluso aunque hayamos consentido la grabación o la toleremos.

Sigamos con el ejercicio. Si aceptan la presencia de esa cámara, es de esperar un mínimo de respeto hacia ustedes mismos, por lo que querrán saber que harán con esas imágenes. No olvidemos que son datos que nos conciernen y su uso abusivo nos puede perjudicar.

Es en este punto donde se distorciona el real debate. Muchas personas se confían y creen que la cibervigilancia dispuesta por las autoridades solo los protege, ya que como no tienen nada que ocultar, porque no son delincuentes y no han hecho nada malo, son medidas inocuas y tienen un costo ínfimo para lograr el beneficio mayor de la seguridad.

Pero cuidado, eso es una falacia. La privacidad que se está defendiendo frente a los globos de vigilancia no tiene nada que ver con querer ocultar cosas, sino con garantizar nuestras libertades y limitarlas razonablemente, no en exceso.

A partir de esto se construye el discurso separando a las personas en "buenos y malos", en "ciudadanos decentes" y en "delincuentes". Acá quizás sea más difícil la objetividad. Yo mismo cada vez que veo delincuencia me es más difícil negar esa separación, pero estoy consciente que las posturas maniqueas pueden ser arbitrarias, injustas y riesgosas.

¿Y ahora, quién podrá defendernos?

Si las cámaras puestas en esos globos se justifican para proteger a los buenos de los malos, ¿quién determina en qué grupo estamos?

Las cámaras de vigilancia no discriminan a quienes registran ni las actividades que graban, no distinguen entre actividad públicas, privadas o íntimas; entre acciones legales y delitos. Simplemente hacen eso, grabar.

Por lo tanto, parece que no son suficientes nuestras características individuales para ser calificados de buenos o malos, sino que podemos pertenecer al grupo de los "sospechosos de siempre" a partir de prejuicios sociales, como el vivir en un barrio peligroso o en donde las encuestas digan que el índice de delincuencia ha aumentando. En fin, sea cual sea la razón, no es clara.

Estoy convencido que nuestros derechos no son absolutos y que debemos aceptar restricciones a favor del logro de otros valores. Por eso, hay casos en que la privacidad se limita legítimamente a favor de la seguridad.

Sin embargo, me niego a aceptar que una autoridad determine cómo limitará mis libertades, sin justificarlo claramente y de manera convincente. Costó mucho volver a una sociedad democrática en Chile, como para admitir sin más, medidas de control cercanas a gobiernos autoritarios. Hoy pueden ser cámaras contra la delincuencia, luego contra las manifestaciones y después pueden ser utilizadas para restringir la libertad de circulación y de reunión. Solo basta que cambie quién está detrá de esas cámaras.

No es una exageración, ya que la descomposición de la democracia y el paso a las dictaduras siempre parten con “buenas intenciones” de los gobernantes.

A modo de conclusión

Si me fuerzan a escoger entre la libertad y la seguridad, coincido con Franklin y prefiero la libertad esencial, aquella que se logra con la privacidad. La protección que nos debe la autoridad frente a la delincuencia debe ser más ingeniosa y no basarse en el camino más fácil, de la seguridad transitoria que proporciona la restricción de derechos, normalmente más invasiva.

Si confío mis libertades a la autoridad de turno sé que no tardará mucho en decir: “¿Derechos fundamentales? ¿Qué es eso? Hay cosas más importantes como la seguridad”.

La autoridad siempre preferirá el control y, con ello, nuestras libertades pueden empezar a difuminarse.

Por lo tanto, sea que comparta o no está debate, tenga cuidado cuando su alcalde favorito se acerque y diga: “¿quieres un globo…? Todos flotan”.

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