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Rodolfo Herrera Bravo

“Liberté, Égalité, Fraternité”: ¿Cómo incluir la tecnología en un nuevo pacto social en Chile?

Actualizado: 22 nov 2020



Escribo esta columna en noviembre de 2019, a pocos días de haberse iniciado un sorprendente despertar social en Chile. La ciudadanía -habitualmente dócil frente a su rutina diaria-, ha volcado en las calles sus emociones y demandas. La frustración, la rabia, la violencia, la impotencia, la incertidumbre, la ansiedad, la angustia, el temor, la incredulidad, la convicción, la alegría, la fraternidad y la esperanza; todo se ha mezclado de forma compleja en estos días y con justa razón.


Chile es el país con mayor desigualdad de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico) al concentrar en el 1% de la población el 25% de la riqueza, con bajísima movilidad social (quien nace pobre, muere pobre, pese a sus méritos) y, sobre todo, con constantes abusos hacia el precariado de la clase media.


Por ello, la ciudadanía está marchando, entre otros motivos, por trabajos más dignos, estables y justamente retribuidos; por una real protección social frente a la jubilación y las enfermedades, para que el envejecer o sufrir una patología catastrófica no sea una condena a la pobreza; por el acceso a un sistema de salud y de educación con calidad garantizada; y para poner freno ante muchos ejemplos de usura y codicia del modelo económico vigente, por ejemplo, en el costo de los medicamentos, los derechos sobre el agua, las frecuentes alzas en suministros básicos y el fomento al sobreendeudamiento por parte de las grandes empresas, por mencionar algunos.


No puedo sino mirar con buenos ojos el hecho de que, como ciudadanos, transversalmente, sin distinción política, religiosa, de género, etaria, de clase u otra, estemos exigiendo un nuevo pacto social a las autoridades. Uno en donde la sociedad civil sea más deliberante de lo público que incide en lo privado y no solo reciba o sufra el resultado de distintos programas de gobierno, cortoplacistas, inconclusos o alejados de una verdadera corrección del modelo de inequidad que existe en Chile.


Pero esta columna no busca analizar esta crisis. Más bien, quisiera aprovechar este contexto de profunda reflexión sobre el modelo de país que queremos, para advertir que en ese nuevo pacto social debe ser considerado el papel que jugarán las tecnologías de información.


Por supuesto, es evidente que hoy las prioridades están en las demandas básicas, en las garantías para los derechos sociales y en la disminución de las brechas. Sin embargo, para atenderlas deberán existir distintas medidas, algunas más inmediatas y urgentes, y otras más profundas que lleven a cambios estructurales, por ejemplo, elaborando una nueva Constitución Política que organice el poder de manera más justa, reconozca nuevos derechos fundamentales y garantice una democracia realmente participativa.


Dentro del análisis de esas medidas profundas, creo que es esencial incluir el rol de la tecnología, ya que puede ser una poderosa herramienta de desarrollo para el país, o bien, un riesgoso instrumento que, precisamente, acreciente las desigualdades.


De ideales republicanos a distopía digital


Nuestra historia contemporánea de gobiernos republicanos democráticos está marcada por la revolución francesa de 1789, que puso su centro en la soberanía popular y los derechos fundamentales de las personas. Dentro de ese movimiento se difundieron los ya clásicos ideales que destronaron la naturaleza divina del poder: “libertad, igualdad y fraternidad”.


A partir de la libertad, hoy cada persona debería poder alcanzar el lugar que le permitan sus capacidades y decisiones. Con la igualdad, no deberían existir privilegios de sangre o nacimiento, ya que el individuo se debe presentar del mismo modo ante la ley. Y gracias a la fraternidad, los pueblos forman parte de una misma especie que convive y coopera entre sí.


No hay duda alguna de que un nuevo pacto social para Chile considerará estos mismos ideales, independientemente de los énfasis con que finalmente se acuerden. Un nuevo pacto social tendrá que garantizar, y no solo reconocer, nuestras libertades individuales; deberá basarse en el trato igualitario ante la ley, para disminuir las brechas de inequidad que existen; y tendrá que construirse sobre un pilar solidario para contribuir a una vida más digna y fraterna para todos.


Sin embargo, ¿y si las tecnologías que hoy utilizamos y las que adoptaremos en el corto y mediano plazo no favorecen esos valores? ¿Y si, por el contrario, están construyendo un mundo distópico, cada vez más determinista y manipulado, con nuevas y mayores brechas no solo económicas y sociales, sino también biológicas, y marcado por un feroz individualismo competitivo?


Basta una simple mirada a la forma de relacionarnos a través de la tecnología actual y del uso que se le da, para encontrar algunos indicios de lo anterior. Por ejemplo, la manipulación de decisiones de consumo gracias al procesamiento big data de hábitos obtenido de redes sociales; la alteración genética de los alimentos y de los animales; el abuso de fármacos para desenvolverse en la vida diaria, en el trabajo e, incluso, en el colegio; y obviamente, la cada vez más pobre forma de comunicarse cara a cara, sin una pantalla de por medio.


¿Y si vamos más allá? ¿Se mantendrán los ideales de libertad, igualdad y fraternidad con una revolución tecnológica en Chile? Pongo sobre la mesa algunas ideas para la reflexión.


1. “Liberté”: hacia una ilusión en manos de algoritmos


Veamos un primer caso. Cada día cobra más fuerza la fe en los datos más que en las capacidades divinas o humanas, no solo en los países desarrollados tecnológicamente, sino que incluso en Chile. Dado el inmenso volumen existente de datos, ya no se espera que las personas sean quienes los procesen para generar información, conocimiento y sabiduría. Hoy se está dejando esa tarea en máquinas, a través de algoritmos, porque tienen más capacidad para procesar los big data o datos masivos.


En ese sentido, es fundamental conocer la postura de las autoridades frente al desarrollo de la inteligencia artificial y cómo se asumirán los desafíos éticos que encierra, el impacto inmediato en el trabajo y el condicionamiento a largo plazo de nuestra capacidad real de tomar decisiones libremente.


Hoy vemos principalmente las ventajas. Por ejemplo, que un portal de comercio electrónico nos guíe de manera personaliza a partir de nuestras compras anteriores; de plataformas de contenidos que nos muestran el tipo de música o de películas que nos gusta (o que el algoritmo dice que nos gusta); de ciudades inteligentes que nos dirigen por la ruta más rápida, nos sugieren los restaurantes favoritos más cercanos, nos dicen que lugares son seguros porque cuentan con cámaras en cada rincón; por solo mencionar una muestra.


Como este es un cambio que recién está incorporándose -aunque lo hace con rapidez-, los riesgos pueden ser vistos por algunos con incredulidad, desconfianza o resistencia. De seguro no se subirían a un auto conducido por un computador, pero sí a un metro sin chofer. Se resisten a que los profesionales sean reemplazados por robot, pero sí aceptan interactuar con máquinas en vez de cajeros humanos, por ejemplo, en un supermercado o una boletería. Por lo tanto, me parece que una mayor irrupción de la inteligencia artificial en la vida cotidiana solo es cuestión de tiempo, lo que, en principio, no está mal.


Creo que una pregunta que debemos hacer es ¿quién debe determinar las reglas éticas y normativas para la construcción de esos algoritmos y para la inclusión de la inteligencia artificial? ¿El gobierno de turno, las empresas, las potencias tecnológicas extranjeras, la ley, los científicos, los filósofos, la ciudadanía o, quizás, la propia tecnología en la medida que aprenda y se transforme en una superinteligencia artificial mejor que la humana?


Si no ponemos esta realidad en el nuevo pacto social que queremos, podríamos estar descuidando el ideal democrático de la libertad, dejándolo en manos de una falsa ilusión proporcionada por algoritmos construidos por grupos poderosos que podrían manipular veladamente a la ciudadanía, para sus propios intereses, tanto políticos como económicos.


2. “Égalité”: Las brechas biotecnológicas del transhumanismo


La crisis por la que pasa Chile reclama más dignidad para las personas y una vida mejor para todos. Obviamente, parte importante de ello se conseguiría eliminando inequidades sociales y tratos arbitrarios de grupos privilegiados o impunes. En la medida que ello quede resuelto, cobrará sentido una nueva aspiración sobre la que se está trabajando en países desarrollados científica y tecnológicamente: aumentar nuestras capacidades biológicas y prolongar la vida.


Esto no es nuevo, porque lo vemos a diario en el campo farmacéutico y alimenticio. Sin embargo, existe una corriente, denominada transhumanismo, dirigida no solo terminar con las enfermedades y la escasez de alimentos, sino a aumentar las capacidades naturales de las personas, con mejoras tecnológicas en el cuerpo o derechamente con habilidades nuevas, por ejemplo, para ver más colores, tener más extremidades o, incluso, manipular el adn para prologar la vida, entre otras posibilidades inimaginables.


Actualmente existen barreras éticas y, en ocasiones, legales, para avanzar en esa experimentación. Pero, ¿y si la barrera ética cambia, justificada por la mejora en la vida de algunas personas? La historia nos muestra que ocurren esos cambios éticos y, lo que era permitido pasa a estar prohibido o viceversa. Sucedió con la esclavitud, y está pasando con el aborto y la eutanasia, por ejemplo.


Entonces, ¿qué evita un cambio en el paradigma ético, por ejemplo, de la clonación humana o de la creación de cyborgs? ¿Y si fueran soluciones viables frente a accidentes graves, fallas sistémicas o reemplazo de órganos?


Para un nuevo pacto social es vital conocer la postura de las autoridades y la mirada de la ciudadanía sobre estos temas, ya que en el mediano plazo incide en las brechas sociales, ya no motivadas únicamente por el origen o el dinero, sino por las diferencias biológicas entre personas de primera y segunda clase.


Junto a ello, ¿qué postura adoptará nuestro país en esas investigaciones científicas? ¿Seremos meros consumidores de biotecnología proveniente del extranjero o daremos un salto de desarrollo y de identidad ética al fomentar la investigación en ese campo?


Todas estas interrogantes demuestran que, gracias a la revolución biotecnológica, el ideal de igualdad parece más difícil de garantizar en el nuevo pacto social, en el mediano y largo plazo, porque es evidente que en un mundo guiado por el libre mercado, las mejoras tecnológicas de los humanos serán una mercancía más que se transe y a la que podrán acceder únicamente quienes tengan riqueza.


3. “Fraternité”: Comunidades sin habilidades sociales


Si a partir de un nuevo pacto social lográsemos garantías para proteger la libertad frente a la manipulación tecnológica y para mitigar las brechas de desigualdad biotecnológica, el ser humano -gregario y frágil por naturaleza-, seguiría dependiendo de la comunidad para hacer frente a las fallas del sistema y sus inevitables sufrimientos.


Desde ese punto de vista la fraternidad como ideal de convivencia sigue vigente, pero no como un valor exclusivo de los credos religiosos o de las ONG de servicios sociales. Tampoco, como expresión de unidad de la ciudadanía solo ante catástrofes naturales como terremotos o inundaciones, sino como un valor de unidad de nuestras distintas comunidades.


Lamentablemente, las tecnologías digitales parecen ir más en la dirección de facilitar el ostracismo social, donde voluntariamente nos alejamos de la interacción física y, por ende, debilitamos a las comunidades. Por ejemplo, hoy podemos educarnos 100% en línea, teletrabajar desde nuestra casa y contar con el ocio y la información que nos interesa en dispositivos portátiles individuales que están siempre conectados. Obviamente no estoy en contra de ello. Me parecen nuevas posibilidades con grandes beneficios, que dan solución a problemas de tiempo y distancia, pero que conllevan un riesgo inherente para la comunidad si no se considera en ellas la interacción humana.


Por ejemplo, si esa educación en línea o ese teletrabajo en casa están mal diseñados, se traducen en un “hágalo usted mismo y arréglese como pueda”, es decir, pasan a ser expresiones mal entendidas de la enseñanza, del aprendizaje y del trabajo, porque exaltan equivocadamente el individualismo en actividades que se enriquecen con la interacción.


Ahora bien, frente a las relaciones en línea suelen ofrecerse espacios para crear comunidad digitales que mantengan esa interacción. Sin embargo, ¿nos estamos preocupando por la calidad de la comunicación o solamente por la calidad de la conexión?


En Chile parece que la preocupación principal ha ido más por las herramientas, la interconexión y el acceso a los medios digitales, más que por la preparación de habilidades para comunicarse digitalmente, tanto de niños como de adultos. Simplemente, no se sabe interactuar. La violencia, polarización e intolerancia en el tono de lo que se escribe tras una pantalla es muy diferente al modo en que se debate en persona. Todo ello daña, en último término, a las comunidades y el trato fraterno.


Finalmente, si el modelo de redes sociales parece ser una señal sobre el modo de relación humana que está potenciando la tecnología para el corto y mediano plazo, ¿cómo nos hacemos cargo de esa falsa percepción de integrar una comunidad? Se trata de vínculos tan frágiles y pasajeros que duran mientras se mantengan como zonas de confort, ya que ante cualquier diferencia con otros lo más fácil es bloquearlo o salirse. Eso es resultado de la carencia de habilidades sociales, en donde las diferencias deberían fortalecer más que debilitar a las comunidades.


De este modo, el nuevo pacto social debería cuidar el ideal de fraternidad, haciéndose cargo del debilitamiento de las comunidades a partir de las formas de interacción digital que estamos teniendo. Quizás desde los planes de estudio de los menores de edad, el derecho a la desconexión en el trabajo, la existencia de mayores espacios de diálogo ciudadano y debate público, podrían equilibrar esa habilidad tan necesaria en estos días, como es la empatía y el ponerse en el lugar del otro.


En resumen, insisto en que un nuevo pacto social debería considerar el rol que esperamos desempeñe la tecnología, para que sea concordante con estas bases valóricas de libertad, igualdad y fraternidad, que no creo que cambien. Pero hoy, más que respuestas, hay que plantear inquietudes porque, rara vez son temas considerados en las agendas de las autoridades y, probablemente, al igual que en el caso de las actuales demandas sociales de la ciudadanía, en algún momento sea necesario hacerse cargo de estos problemas y debamos exigir que nos escuchen.

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